Fibromialgia, ella me eligió a mi

Todavía hoy nadie puede decirme claramente por qué llegó a mi vida, pero lo cierto es que la Fibromialgia lo cambió todo con su llegada

por Eugenia Ramírez Martínez. Paciente con Fibromialgia y Fatiga Crónica

Soy una mujer alegre, con ganas de hacer siempre cosas. Me gusta practicar cualquier baile de salón desde que mi padre me enseñó a hacerlo, siendo niña, subida encima de sus propios pies. La lectura, por ejemplo, es otra de mis aficiones. Me casé muy joven y tengo tres hijos que son mi debilidad. Dediqué a ellos mi juventud en cuerpo y alma, algo de lo que nunca me he arrepentido, y que he disfrutado. He jugado con ellos, les he leído cuentos, y les enseñé canciones infantiles que hoy ellos cantan y recuerdan con cariño para mí.

Pasaron de niños a adolescentes; se fueron para estudiar sus carreras y lograron que me sintiera muy orgullosa de sus logros.Mi marido, mis hijos y yo. El núcleo de la familia estaba completo. Hasta que ella llegó para ser una más, sin haberla llamado, sólo para hacernos daño a todos; a cada uno de una forma.

Primero me atacó a mí. Nadie la conocía; de hecho tardaron en darme su nombre y sus apellidos. Todavía hoy nadie puede decirme claramente por qué llegó a mi vida. En realidad, poco importaba: ella estaba aquí y había llegado para quedarse.

Cada pocos días venía con un nuevo dolor, imponiendo sus reglas, ocupando mis días

Al principio, aparecía de vez en cuando, sin avisar. A mí no me apetecía su compañía, pero ella siempre me dejaba débil, dolorida y me impedía hacer cosas que antes hacía sin dificultad. Cada pocos días venía con un nuevo dolor, imponiendo sus reglas, ocupando mis días. Consiguió su propósito: hacer de mí una persona que necesita de otras. Machacona, dejó notar al poco su presencia siempre, por dentro y por fuera. Egoísta y caprichosa, cómo lo ha organizado todo. Menos mal que tengo a mi lado a mi marido, que hace por mí lo que yo no puedo. Él me ayuda a vestirme; me acompaña al médico; parte las verduras para cocinar; limpia la casa; hace la compra. Hasta me pinta las uñas y, hasta los ojos, para ponerme guapa.

Ella nos dejaba poco espacio para nosotros dos. Posesiva, impide que podamos tener relaciones sexuales con la normalidad que reclama el amor. Ya se encarga de inutilizar mi deseo. Me duelen las caricias… ¿Cómo es posible? ¡Cómo duele la carne, para el amor, la diversión y las obligaciones!. Cuánto dolor y cansancio puede llegar ella a concentrar en un cuerpo. Me fallan las piernas y me ha quitado la fuerza de las manos; me ha dejado el sueño lleno de sobresaltos; la boca seca y los movimientos desmayados. Nadie se puede imaginar lo mal que ha hecho sentir, porque muy pocas veces he podido hacer lo que yo quería hacer. Logró que yo misma me despreciara con una retahíla de pensamientos negros: soy incapaz de hacer esto o lo otro, que inútil; no valgo para nada.

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