¿Quién no conoce haberlo vivido alguna vez………….?.
Los que saben hacer estadísticas y se mueven entre números lo tienen muy claro, el 10 % de todos los enfermos que consultan a un médico de Atención Primaria, a parte de la enfermedad por la que consultan, sufren depresión en aquel mismo momento.
Datos actuales y contundentes que mueven a la reflexión.
Aumentan las cifras al volver de vacaciones, al llegar el otoño o el invierno, vuelven a aumentar por las Fiestas de Navidad, porque no todo el mundo tiene una persona amiga que sentar a la mesa y esta obligación de sentir alegría desbordante les agobia, a final de curso en los estudiantes, etc.
Hay todo un abanico de motivos que, por una cosa o por otra, nos modifican el estado de ánimo a la baja.
No son cifras locales éstas, los estudios que he consultado comparaban países y en todos los estudiados el panorama era más o menos parecido según la Organización Mundial de la Salud.
Centrándonos en España, los españoles en los últimos 10 años han triplicado el consumo de antidepresivos y han duplicado el de tranquilizantes. No es demasiado difícil deducir que estos fármacos se han convertido en unos de los de mayor incremento de ventas. Una verdadera “joya” farmacéutica. No es de extrañar que el Ministerio de Sanidad haya dado la voz de alarma. Por un lado, el sufrimiento personal que estas cifras suponen es sobrecogedor/preocupante, por otro, y según la Revista de Salud Pública, porque es “una de las principales cargas sanitarias como consecuencia del impacto social que provoca, del elevado precio del tratamiento, el alto índice de suicidios, las altas tasas de cronicidad (15-20%) y el incremento de la mortalidad debido a su asociación con enfermedades crónicas”.
Y según una investigación presentada últimamente en la Sociedad Española de Medicina de Familia (SemFYC) se determinó que el 70% de las bajas laborales por depresión se conceden en los meses de otoño e invierno. El perfil del paciente que solicita la baja laboral por depresión responde al de una mujer de entre 30 y 55 años de edad, con dificultades a nivel socio-económico y educacional, escaso nivel de autoestima, deficiente soporte social e interrelacional y antecedentes familiares de depresión. Según la coordinadora del trabajo, Marta Torres “La pérdida de un ser querido, las separaciones y un entorno social conflictivo tienen un efecto mucho mayor en personas psicológicamente más debilitadas, lo que se refleja en la mayor demanda de bajas laborales”.
Vaya panorama. Continua diciendo en este estudio que los problemas de salud mental más frecuentes en Atención Primaria son la depresión (68 %), seguido de la ansiedad (12 %), trastornos mixtos ansioso-depresivos (9 %), la distimia o alteración de la afectividad (2 %) y otras alteraciones de personalidad asociadas, por ejemplo, a abuso de sustancias tóxicas.
Una realidad más abrumadora aún. Y cada vez vamos a más. ¿Qué nos está pasando?.
No nos tiene que extrañar pues que se dé por válido y aceptable que el tener un cierto grado de alteración del ánimo entre ya en los cálculos de lo que se puede considerar como “normal”. Si tenemos en cuenta que “normal” también es sinónimo de “lo más frecuente”.
Y eso que aquí no he hablado de que sean afectados con enfermedades como la Fibromialgia o la Fatiga Crónica, no he hablado de las circunstancias específicas y tan concretas que afectan a nuestras enfermas.
Tenemos que ser conscientes de este hecho. De momento estábamos hablando de cifras que valen para la población general, donde entra “de todo”.
Pero sí dice el mismo estudio que el 55% de los pacientes con depresión tienen más de 40 años y, en su mayoría, son mujeres. Ya nos estamos acercando al tema aunque el estudio de momento no llega a más.
Si nos centramos más y sí seleccionamos a las afectadas de ambas enfermedades, las cifras suben todavía más. No hay estadísticas concluyentes porque es un colectivo todavía no suficientemente detectado, valorado y diagnosticado, pero si nos referimos a cifras parciales, puede llegar a un 80 -90 %. Estamos, por lo tanto, ante una problemática que entra de lleno dentro de la afectación de la gran mayoría de enfermas.
Afortunadamente, cuando se habla de cualquier enfermedad siempre hay grados y grados y las enfermedades que afectan a la parte emocional del ser humano no son una excepción.
Sobre esto hay mucho que decir. Se ha hecho tan coloquial decir “estoy depre” que se ha producido la banalización de la palabra. Parece que “estar triste” ya no es de nuestro siglo.
Tristeza y depresión no son equivalentes, eso se tiene que tener claro. No estamos hablando de lo mismo si nos referimos a una o a la otra. La línea divisoria es muy sutil y a menudo cuesta delimitarla, pero existe.
Si pierdes a un familiar o a un amigo es evidente que hay un gran dolor que acompaña a la pérdida. Pero eso no es estar deprimido, eso es tristeza, un bajón del estado de ánimo, aunque a dosis muy elevadas, pero que no significa que estemos sufriendo ninguna enfermedad. Y está relacionada con un hecho que la justifica sobradamente.
La diferencia está en la calidad de este dolor y en las características acompañantes. El dolor de la pérdida es normal, es legítimo. En cambio, cuando hablamos del dolor de la depresión, estamos hablando de una patología, de un sentimiento dañino instaurado en lo más profundo de la persona, un sentimiento que se ha desbordado, sobrepasa los límites y que puede no tener causa relacionada con ningún sufrimiento que nos explique el por qué ha aparecido.
A la tristeza le tenemos que dar consuelo y tiempo. A la depresión, atención médica.
La tristeza se va disolviendo por sí misma, forma parte del proceso de adaptación lógico ante una pérdida. Hay que darle curso. No hay que “superarlo a toda costa” y tratarla como si no existiese. Necesita un proceso de transformación, un saberla digerir para irla aliviando a base de tiempo, para ir cicatrizando heridas abiertas. Es un proceso que cura naturalmente.
La depresión requiere conocimientos médicos y medidas médicas. Pensar que una depresión “ya pasará” es esperar en vano durante mucho tiempo. Es evidente que algún tipo de depresión puede ir mejorando sin esta ayuda médica, pero será sin duda un camino mucho más largo, mucho más difícil y a menuda la mejora quedará como un problema mal resuelto o no lo suficientemente resuelto.
La desesperación viene cuando no se tiene ningún tipo de esperanza. Como cuando al túnel no se le ve ningún tipo de luz. Quien se desespera no espera porque piensa que no hay nada que esperar. Es un no saber qué hacer ni hacia donde ir. Nunca se debería llegar a este punto.
Tristeza, depresión, e incluso desesperación, tienen un camino de salida, una vía de mejora. Y porque lo tenemos, empecemos por el primer paso, escuchando lo que sentimos, sabiendo reconocer que es lo que sentimos.
No hay mejor manera de poner las manos en la masa.
Dra. Anna M. Cuscó Segarra
Médico – psicóloga.
Servicio de Reumatologia Clínica CIMA
http://www.biorritmes.com/
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